sábado, 11 de febrero de 2012

La señal que vino a cenar

La historia, para algunos, es conocida. Corría el año de 1963, de tan infausta memoria, por el pleno recrudecimiento de la Guerra Fría y la crisis de los misiles cubanos. El enfrentamiento entre las dos potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética por la supremacía mundial, sea lo que fuere ello, había llegado a niveles muy altos de fricción política.

No confiando demasiado en sus antagonistas y con el objetivo de detectar pruebas nucleares de cualquier clase (y también los lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales, los famosos ICBMs), los Estados Unidos comienzan, ese mismo mes de Octubre de 1963, el despliegue de una constelación de satélites muy particular: la serie Vela.

Pero tal vez estamos adelantando algo los acontecimientos. En ese mismo año de 1963, precisamente por el alcance inusitado de las fricciones entre ambas potencias, que llegó a un punto muy cercano del desencadenamiento de hostilidades termonucleares, estas acuerdan, con otros países, la firma de un Tratado Sobre Ensayos de Explosiones Nucleares, el Partial Test Ban Treaty. (Dicho tratado puede consultarse en su totalidad, en su página del Partial Nuclear Test Ban Treaty).

Dicho tratado incluía la limitación de pruebas de artefactos de explosiones nucleares en la Tierra o en el espacio cosa que, independientemente de los riesgos potenciales que implicaba para la vida en el planeta, ponía muy nerviosas a las potencias implicadas.

En la imagen, una de las famosas pruebas nucleares en el Atolón de Bikini, en los años 50.

La constelación de satélites Vela (sí: del español "velar") tenía como propósito fundamental vigilar cualquier aparición de estallidos de radiación en la Tierra o en el espacio. Sus bases operativas son muy simples: Si se produce una explosión nuclear en cualquier parte de la Tierra o del espacio cercano a la misma, el pico de radiación será detectado por satélites dispuestos por parejas en extremos opuestos de su órbita terrestre, poseyendo los detectores adecuados. De este modo, los Estados Unidos tenían un método para determinar si sus adversarios estaban cumpliendo con su parte del tratado.

Las parejas de satélites Vela fueron puestos en órbitas situadas a 250000 kilómetros de la Tierra (antes de que se diga nada: en órbitas de 4 días), de modo que ningún lugar de la Tierra estaba libre de observación constante. Dichos satélites poseían a bordo los adecuados juegos de detectores de rayos X, de rayos gamma y de neutrones. Incluso (por si acaso…), poseían los adecuados detectores de Pulsos Electromagnéticos (EMP) y en suma, de todo lo necesario para monitorizar radiaciones de aparición brusca en la Tierra o en el espacio.

Satélite Vela en su puesto de operaciones. Al fondo, arriba a la izquierda, su compañero.
Fascinante. Los satélites fueron diseñados por personal de la NASA en el laboratorio de Los Alamos en Albuquerque. El propósito de los detectores de rayos X era la detección de dichos rayos provenientes de una explosión nuclear. Pero para una mayor certeza en el diagnóstico, la detección adicional de rayos Gamma  permitiría confirmar la firma auténtica de una explosión nuclear. Para estar aún más seguros, los detectores de neutrones permitirían establecer un diagnóstico definitivo del evento.

Dice una frase popular que "No se puede construir nada a prueba de tontos, porque los tontos son tan listos..." No era éste el caso, no; pero se consideraron muchos escenarios en los que se podría tratar de ocultar los ensayos nucleares por medios ingeniosos, como por ejemplo, realizándolos en la cara oculta de la Luna o utilizando, esto... escudos de blindajes para enmascarar la radiación (sic. Así estaba en los papeles). Por tal razón, los diseñadores de los Vela se aseguraron que los detectores de rayos Gamma en los satélites fueran capaces de buscar radiación Gamma dura, la cual es el resultado a posteriori en la nube radioactiva subsecuente a la explosión. Dicha nube no podría ser "blindada" de la detección y se expandería rápidamente por lo que, incluso si se realizaba en la cara oculta de la Luna, podría ser detectada aún fuera de la visión directa de los satélites.

Pareja de satélites Vela lista para su inspección final. En este caso, el Vela-5b.
Los registros de datos de las parejas de los satélites Vela, como no, sufrían dos clases de escrutínio: el científico, por un lado y el político por otro. Después de todo, quién pagaba, quería los datos para fines muy concretos: espiar si su contraparte (o cualquiera) estaba realizando pruebas nucleares fuera del tratado. Al parecer, todo iba sobre ruedas y la contraparte (y todos) parecía que no estaban haciendo trampas. Así pasaron varios años, hasta que en una revisión científica de los datos, Ray Klebesadel y Roy Olsen, del Los Alamos Scientific Laboratory y en 1972, Ian Strong, descubrieron en los datos de los satélites algo que parecía habérse pasado por alto. Un error, un inmenso error.

Los científicos, para su sorpresa e impresión, descubrieron esto:

Un "burst" inesperado de rayos Gamma. De nada a 1500 cuentas por segundo.

Alguien parecía haber estado haciendo trampas con las pruebas y las explosiones nucleares. Unas trampas muy gordas. Mucho más grandes e impresionantes de lo que todos imaginaban.

(Continuará)


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